sábado, diciembre 16, 2006

"Abducciones"


Nunca estuvo con él en Paris, ni en Tokio, ni en ninguna otra parte. Aunque ahora no pudiera creerlo. Y sus abrazos nunca le abrigaron, ni le mimaron tampoco sus caricias. Parecía mentira que esos sueños nunca confesados hubieran sido su única compañía durante tanto tiempo. Menos mal que a partir de hoy todo iba a ser distinto.

Se conocieron en Barcelona, dónde ambos estudiaban Sociología. Patri era por entonces una chica muy comprometida, y no era extraño encontrarla ejerciendo de delegada de clase, o reunida en el consejo escolar, o defendiendo sus ideas en la revista universitaria. Más allá de su corta estatura, de lo dulce de su voz, de sus rizos dorados y de sus pecas risueñas, era conocida por su juicio sereno a lo establecido y por su manía de intentar entenderlo todo. Las amistades de Patri recurrían a ella cuando querían consejo o cuando no sabían muy bien en quien confiar. Él, Vicente, era todo lo contrario. Tímido, alargado, puntiagudo y ácido de carácter. Carecía de ningún tipo de vocación social, y, aunque su máxima inquietud era pasar desapercibido, todo el mundo le llamaba el raro, por su peculiar modo de comunicarse. Puede que por esa imposibilidad de comprenderle del todo, o por su tartamudez, o por lo escondidizo que había en su mirada, cuando se conocieron, Patri tardó cuatro minutos exactos en enamorarse de él.

Ese día, Vicente apareció en la desordenada redacción de la revista y preguntó indeciso a la primera chica que vió.
- Me... me... esto... me gustaría hablar con alguien - dijo en voz baja.
- ¿Para qué?- Le había contestado la chica sin dejar lo que estaba haciendo.
- Es que... bueno, es que... ¿sabes? prefiero decírselo a quien me atienda. Esto... ¿tengo que hablar contigo o ...? -
La chica, antes de mandarle a paseo, decidió que le tocaba el marrón a Patri, que se ocupara ella del pringado de turno, “que namas nos faltaba este, con lo mal que vamos de tiempo...” Así que, desganada, le indicó a Vicente una silla y le dijo que esperara un momento.

Vicente se sentó, y se dedicó a observar lo mal iluminada que estaba aquélla estancia. Vale que las ventanas eran pequeñas, pero al menos podrían dignarse a levantar esa mierda de persianas para que entrase más claridad -se dijo para si- y quizá, si algún gilipollas cambiaba los fluorescentes fundidos por otros nuevos, sería posible que alguien viera más allá de medio metro. Eso pensaba, casi indignado por la dejadez de la gente, cuando escuchó a su espalda el - “Tu dirás” - de Patri.

- Pues... es que...Tengo algo que contar, creo....me, me... me gustaría no sé, quizá, escribirlo para la revista o... es que... bueno, sería posible, esto... no se como decirte... seria posible... hablar con un poco de discreción?
- Claro, espera que recojo mi chaqueta y nos vamos a por un café ¿si? Así de paso haré unas fotocopias que me urgen...

Sin dejar contestar a Vicente, Patri giró sobre sí misma, se fué al perchero y despidiéndose de sus compañeros con un “ahora vengo” le guiñó un ojo a Vicente para que la siguiera, ya que el chico estaba quieto sin perder detalle de lo que ella hacía. Ambos salieron por la puerta al ritmo de los pasos de Patri, que luchaba por colocarse bien la bufanda: se le había quedado enganchada en la cremallera del abrigo. Una vez arreglado el embrollo, mientras bajaban rápidamente las escaleras hacia el bar de la universidad, Patri se dirigió a Vicente intentando ser cordial:
- Bien, y de qué querías hablar?- Mientras decía esto, rebuscaba en el bolsillo de su pantalón tejano. Al bolsillo derecho le siguió el izquierdo, y tras éste Patri cacheó los tres bolsillos que había en su abrigo
- Pues es que... verás...- empezó a titubear Vicente
- ¡JOOODEEEERR! Me he olvidado las monedas!.. Esperame un momento. Voy a por el bolso ¿si?
- Oye: ¿PODRIAS PARAR UN POCO QUIETA? ¡Me estas poniendo nervioso!
- ¿CÓMO DICES?- Patri se paró en seco y le interrogó con su mirada. Silencio. Había estupefacción en los ojos de ambos.
- Esto...Nada... perdona - se disculpó el chico, y aunque volvió el ruido de fondo, y Vicente, resignado, había decidido acompañarla a buscar su bolso a la redacción, algo extraño había pasado entre ellos, y a Patri le caló la sensación hasta los huesos.

Esa tarde fueron juntos a hacer las fotocopias, a tomar el café, a cerrar la redacción, a comprar aguacates para la cena de Patri y se separaron sobre las diez de la noche, en el portal de ella, después de mucho rato de charlar. Estaban los dos muy contentos. Él por lo inusual de encontrar a alguien con quien le apeteciera hablar, y ella por la sorpresa de haber descubierto una especie de misterio en la persona menos vistosa de la universidad. Por más que insistió, Vicente no quiso decirle lo que le había llevado a la redacción. Que se olvidara del tema, le dijo bromeando, una y mil veces.

Fué así como entablaron amistad. De forma casual y sin motivo aparente, surgió entre ellos una conexión que parecía haber existido siempre. El uno con su calma, la otra con su ajetreo. Vicente aprendió a tolerar el caótico ritmo de Patri, y ésta no dejó nunca de intentar comprender si la lentitud de Vicente era real o, como a ella le parecía desde el primer momento, bajo su timidez se escondía algo más, algo que pocas veces se dejaba ver, pero que a ella le encantaba. El caso es que se hicieron inseparables.

Los rumores de amorío no tardaron en circular por la universidad. Era normal encontrarles juntos en todas partes, y aunque nunca nadie les vió besarse, ni nada por el estilo, siempre andaban riéndose a carcajadas, así que a mitad del curso todo el mundo daba por hecho que eran pareja. Vicente acompañaba a Patri a todas partes, la pasaba a recoger tras las reuniones del consejo escolar, pintaba las pancartas para las manifestaciones, escuchaba estoicamente las teorías de Patri sobre las virtudes de vivir en familia, de cuidar el medio ambiente, y de profundizar en lo político. También le preparaba la merienda si ella no había tenido tiempo de comer antes de ir a clase, y le dejaba cada tarde en la redacción, para luego irla a buscar. Aunque físicamente el chico era una calamidad, Patri empezó a encontrarle irresistible. Ya vendrían tiempos más íntimos se decía, a sí misma, cada vez que no le era posible evitar coquetear con él.

Vicente no fue bien aceptado en los círculos de Patri. Nunca hablaba con nadie, distraía su atención por los sitios más incomprensibles, sólo se limitaba a escuchar lo que se le decía y apenas se dejaba conocer. Patri siempre le defendía ante sus amistades: - “No, no es que esté enfadado, es que, verás... es muy tímido”- o bien -“Sí, ya lo sé que es callado...En una de estas se soltará...conmigo es distinto”. A pesar que eso era cierto, a base de sembrar malas miradas, Vicente empezó a auyentar a los amigos de Patri. La gente no se sentía cómoda en su presencia, y poco a poco fueron esquivándoles. Patri abandonó sus actividades en la revista, porque un día se peleó con el jefe de mantenimiento debido a la falta de luz de la redacción, -“a ver, díme tú, qué caray costaría poner más fluorescentes...”- y porque decidió que prefería pasear tranquila durante horas con su inseparable amigo a escribir en la revista. Demasiado estrés, se dijo.

Durante los paseos de ambos, Vicente dejaba ver su lado más personal, ese que como apenas salía a la luz, tenía intrigada a Patri. A través de los ojos de él, Patri accedió a mundos subjetivos dónde todo podía hacerse mejor de cómo se estaba haciendo, a ideas estrafalarias acerca de los protocolos sociales y a fantasías un tanto extrañas en cuanto a sexo se refiere. Entre ellos no había tabúes a la hora de hablar. Vicente tenía un modo muy personal de observar el mundo, y a Patri cada vez le fascinaban mas sus rarezas, que lograban siempre sorprenderla. Aunque a menudo deseaba sentirle un poco más de cerca, no se atrevía a insinuarse demasiado por miedo a perder esa amistad tan especial, ya que sabía que algún día, quizá cuando a Vicente le aumentara la autoestima, empezarían a soltar todo el amor que respiraban. Era cuestión de esperar, y luego ya vivirían todos sus proyectos, especialmente los que ambos habían hecho para recorrer juntos el mundo. Vivir cada año explorando un país distinto. Ese era el plan propuesto por Vicente, el que ella había aceptado encantada, y al que habían dedicado horas y horas de imaginación compartida.

Al terminar la carrera, quedaron en seguir viéndose, aunque ese mismo verano, Vicente se marchó a Canadá para visitar a su padre y lo que debía durar tres meses, pareció no tener fecha de caducidad. No obstante, el recuerdo de Vicente permaneció anclado en el día a día de Patri. Sin él, no lograba de ningún modo sentirse acompañada. Las charlas con la gente le parecían vacías, todas las personas le eran iguales, nada en su entorno lograba sorprenderla. La vida de Patri no tenía ni sal ni pimienta, así que los meses le pasaban uno detrás de otro, sin sabor a nada. No recordaba en qué momento había empezado a hablar en secreto con Vicente, a dialogar íntimamente con él, para que pasaran más rápido los días que faltaban para su regreso. Que si “No te lo vas a creer, mira qué me ha pasado hoy en el autobús... “, que si “Ya verás cuando te cuente lo de mi prima, vas a partirte de la risa...”, que si “Mira qué faldita más mona ¿te gusta?”, o “Cuando vivamos en Moscú, a ver si me llevas a patinar...”, así todos los días.

Y por fin hoy. Esta misma tarde, después de casi un año de estar físicamente separados, Patri había recibido una carta de Vicente, desde Canadá. La leyó apresurada: “Pat, qué lejos estas mi amor. Siempre te he querido, ya lo sabes. El tiempo y la distancia me han servido para entender que era verdad lo que sentía aquella primera tarde que visité tu redacción. Vine a contar algo para compartir mi soledad y en cierto modo lo conseguí, aunque no de la manera que esperaba. Tengo que decirte, Patri, que eres la persona más importante de mi vida, después de Andrés, mi actual pareja. Cuidate, cariño mío.”